Todos sabemos que hay que estimular a los niños; cuanto antes, mejor. Si un niño no aprende un idioma en sus primeros años de vida, poco quedará ya por hacer. ¿Es esto así? ¿Qué dice la ciencia al respecto?
En su segundo libro, Educar en la realidad, Catherine L’Ecuyer habla de los principales neuromitos que nos quieren vender. Su texto es tan esclarecedor, que pensamos que lo mejor es compartir algunas páginas de su libro con las que no podemos estar más de acuerdo. Lo que sigue es un extracto del libro Educar en la realidad:
En los últimos años se han multiplicado las aplicaciones y los dispositivos llamados «inteligentes» que pretenden potenciar la inteligencia de nuestros hijos pequeños. Las empresas que distribuyen estas herramientas en el mercado nos dicen que debemos usarlas para la estimulación temprana de nuestros hijos, momento en el que desarrollan el 80 % de sus conexiones cerebrales. Nos dicen que nuestros hijos tienen un potencial ilimitado que debemos aprovechar al máximo durante la «ventana de oportunidad» de los tres primeros años. Nos dicen que esas aplicaciones se adaptan al estilo de aprendizaje de nuestros hijos y ayudan a desarrollar cada uno de sus hemisferios cerebrales. Nos venden productos digitales «basados en la neurociencia» que pretenden poten- ciar la curva de aprendizaje de los pequeños. Estas empresas también nos dicen que nuestros hijos son nativos digitales y que, por lo tanto, su cerebro es más ágil que el nuestro en la multitarea (hacer varias actividades a la vez). Así pues, no deberíamos tener miedo a que realicen varias actividades a la vez con la pantalla. Todo lo contrario. En vez de prohibirlo o de preocuparnos por ello, deberíamos fomentarlo, porque los nativos digitales son una especie de «raza distinta» a la nuestra.
Lo que no sabe la gran mayoría de la población es que esos argumentos de venta, que han sido motivo de la proliferación en el mercado de cientos y miles de productos tecnológicos (tanto de dispositivos como de aplicaciones), carecen de fundamento educativo-científico. Si se venden masivamente esos productos, es gracias en parte al arraigo de los neuromitos que proliferan en el mundo educativo, tanto en el colegio como en el hogar. Pero ¿qué es un «neuromito»?
La palabra «neuromito» fue acuñada en 1980 por Alan Crockard. Se refiere a ideas pseudocientíficas sobre el cerebro en la cultura médica. En 2002, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) llamó la atención sobre los neuromitos, llamándolos «malas interpretaciones generadas por un mal entendimiento, una lectura equivocada o una citación fuera de contexto de hechos científicamente establecidos (por la investigación en neurociencia) con el objetivo de usar la investigación neurocientífica en la educación o en otros contextos». Esas malas interpretaciones se dan por supuesto en la literatura popular (las noticias, algunos folletos de la industria de la educación, en libros de autoayuda, en blogs en Internet, en libros y en conferencias sobre educación con ponentes que son inicia- dos en neurociencia, etc.), y acaban cuajando con fuerza en el ámbito educativo, creando falsas premisas sobre las que se van construyendo métodos educativos que no tienen ningu- na base científica y generando una oferta comercial cada vez más amplia para esos productos.
¿Cuáles son esos mitos, y cuál es la verdad acerca de cada uno de ellos?
Neuromito 1: «El niño tiene una inteligencia ilimitada»; y neuromito 2: «Solo usa el 10 % de su cerebro»
«Se nos ha dotado con suficiente inteligencia para ser capaces de ver con claridad lo tremendamente inadecuada que es esa inteligencia cuando nos enfrentamos a todo lo que existe. Si esta humildad se pudiera trasmitir a todas las personas, el mundo de las empresas humanas sería mucho más atractivo.»
ALBERT EINSTEIN
«No es humano el deber que por soñar con una humanidad perfecta es inexorable con los hombres.»
JACINTO BENAVENTE
Uno de los neuromitos descritos por la OCDE es el mito según el cual «usamos solo el 10 % de nuestro cerebro». ¿Tienen nuestros hijos una inteligencia ilimitada? ¿Usan solo una pequeña proporción de su cerebro? En cualquier caso, esos dos planteamientos se contradicen entre ellos. ¿Cómo podemos calcular el 10 % de algo infinito?
De acuerdo con estos mitos, el ser humano tendría unas capacidades ocultas, una especie de poderes, como las que se van descubriendo en Lucy, una película en la que la protagonista se ve capaz de usar un porcentaje cada vez más alto de sus capacidades cerebrales, lo que le permite, entre otras cosas, aprender chino y comunicarse telepáticamente con las personas.
Hoy sabemos con certeza que es falso que el ser humano no use una gran parte de su cerebro. El profesor de neurociencia cognitiva Barry Gordon, investigador del Johns Hopkins Medical Institution de la identificación e implementación de métodos para mejorar el lenguaje, la memoria, el pensamiento y el aprendizaje, dice que el mito de que usamos solo una pequeña parte de nuestro cerebro es de una falsedad irrisoria: «Usamos virtualmente cada parte del cerebro, casi todo el cerebro está activo casi todo el tiempo».
Si tuviésemos un cerebro con un potencial infinito, no seríamos humanos, sino una especie de dioses. Tendríamos poderes. Podríamos crear de la nada. No habría misterios ni incógnitas. Seríamos omniscientes y todopoderosos. De hecho, la rápida difusión y el éxito de ese mito es de alguna manera consecuencia de la vanidad y la dificultad de reco- nocer nuestras limitaciones humanas. Como decía Huxley, «una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante». Nuestra imperfección es una verdad sin interés. Por eso recurrimos a falsedades emocionantes que nos reconfortan.
Lo que más preocupa es que este neuromito se ha trasladado a una gran velocidad, sin base científica alguna, al ámbito de la educación. En 2014, un estudio publicado en Nature8 reveló que el 48 % de los maestros ingleses (46 % en Holanda, 50 % en Turquía, 43 % en Grecia y 59 % en Chi- na) cree en este mito. Este mito ha sido acaparado por los departamentos de marketing de muchas empresas de software y hardware para convencer a los «buenos padres» de que ad- quieran sus productos para el buen desarrollo cerebral de sus hijos. Partiendo de esa premisa, les hacemos «divertirse aprendiendo» con la maquinita, con la promesa de estimular y multiplicar su inteligencia. Llegamos a la conclusión de que «más es mejor», porque confundimos «más estímulos» y «más información» con «más inteligencia».
No solo nuestra inteligencia tiene límites, también los tiene nuestra memoria. Einstein decía: «Procuro no cargar mi memoria con datos que puedo encontrar en cualquier manual, ya que el gran valor de la educación no consiste en atiborrarse de datos, sino en preparar el cerebro para pensar por su propia cuenta y así llegar a conocer algo que no figure en los libros». Constatamos, al leer esta cita, que el mismo Einstein, considerado un «genio», reconocía que la memoria humana es limitada. De hecho, existe una amplia literatura científica sobre la limitación de la memoria.
El ser humano no tiene capacidades infinitamente elásticas. Tiene limitaciones claras, y la perfección a la que debe aspirar no puede reducirse a realizar una serie de técnicas para desarrollar unas supuestas capacidades intelectuales «asombrosas» para que use una parte escondida de su cerebro que en realidad no existe.
Neuromito 3: «Cada hemisferio es responsable de un estilo de aprendizaje distinto»
Otro neuromito listado por la OCDE, y que también carece de base científica, es la teoría dela dominancia cerebral, según la cual los niños tienden a usar un hemisferio más que el otro, lo que repercute en su estilo de aprendizaje o en su personalidad. ¡Cuántos libros educativos dirigidos a los padres, cuántos métodos y aplicaciones «educativas» venden aprovechándose de este mito! Según este, las personas que usan más el hemisferio derecho son más creativas y artís- ticas, mientras que las que usan más el izquierdo son más lógicas y analíticas. Esa creencia se ha visto desmitificada por estudios que demuestran que, si bien es cierto que algunas actividades se atribuyen a un hemisferio más que a otro –como, por ejemplo, el lenguaje, que tiende a desarrollarse en la parte izquierda mientras que la atención lo hace en la derecha–) el cerebro trabaja como un conjunto, en todos los aprendizajes analizados se ha visto actividad en ambos hemisferios cerebrales, ya que están comunicados, y 2) no existe evidencia de dominancia cerebral en las personas, la cual, supuestamente, repercutiría en su estilo de aprendizaje.
Por ejemplo, en un estudio reciente realizado a mil personas de 7 a 29 años, no se encontró evidencia alguna de dominancia cerebral.10 Jeff Anderson, director del estudio y profesor de neurorradiología en la Universidad de Utah, dijo:
«La comunidad neurocientífica nunca ha aceptado la idea de tipos de personalidad con dominancia cerebral derecha o izquierda. Los estudios de lesiones cerebrales no apoyan esa teoría, y la verdad es que sería altamente ineficaz que en el cerebro una parte sea sistemáticamente más activa que la otra».
En la prestigiosa revista Nature Reviews Neuroscience se publicó un artículo titulado «Neurociencia y educación: de la información a la práctica»,12 en el que su autor, Goswami, profesor de educación y director del Centro para la Neurociencia en la Educación de la Universidad de Cambridge, señala: «En una conferencia reciente para la inauguración del Centro de Neurociencia en la Educación de la Universidad de Cambridge, los profesores han dicho haber recibido más de setenta correos electrónicos en un año que los invitaban a asistir a cursos sobre el aprendizaje basados en información sobre el cerebro. Estos cursos sugieren, por ejemplo, que los niños se clasifican en función de su dominancia cerebral derecha o izquierda, puesto que los individuos “prefieren” un tipo de aprendizaje. […] A los profesores se les aconseja diseñar su enseñanza en el aula de tal forma que haya un equilibrio entre la dominancia cerebral derecha e izquierda, para evitar un desencaje entre la preferencia cerebral del alumno y la experiencia de aprendizaje. Este neuromito se debe probablemente a una interpretación exageradamente literal de la especialización hemisférica».
Un estudio publicado en Frontiers reporta que este mito es uno de los que más adeptos tiene. El 91 % de los maestros ingleses y el 86 % de los holandeses encuestados piensan que «la diferencia en la dominancia hemisférica (derecha e izquierda) puede explicar las diferencias individuales en el aprendizaje».
Neuromito 4: «Un entorno enriquecido aumenta la capacidad del cerebro de aprender»; y neuromito 5: «Los tres primeros años son críticos para el aprendizaje y por lo tanto decisivos para el desarrollo posterior»
«Menos es más.»
LUDWIN MIHES VAN DER ROHE, considerado uno de los maestros más importantes de la arquitectura moderna
Los neuromitos 4 y 5 están relacionados entre sí, y por lo tanto los trataremos juntos. En el artículo de Nature Reviews Neuroscience, arriba citado, su autor afirma lo siguiente:
El abismo entre la neurociencia y la educación se está llenando de paquetes y programas que pretenden tener fundamento cien- tífico. La velocidad con la que esos paquetes han ganado crédi- to es asombrosa. […] El mito del «periodo crítico» sugiere que el cerebro del niño no funcionará adecuadamente si no recibe la cantidad adecuada de estímulos en el momento correcto. La enseñanza de algunas habilidades debe ocurrir durante ese periodo crítico, de lo contrario, la ventana de oportunidad de educar estará perdida. El mito de la sinaptogénesis [proceso de la formación de las sinapsis en el cerebro] promociona la idea de que se aprenderá más si la enseñanza coincide con los periodos de este proceso. […] Se han de eliminar esos mitos.
Un 33 % de los maestros ingleses y un 46 % de los maestros holandeses creen que «existen periodos críticos en la infancia, después de los cuales una serie de cosas no pueden ser aprendidas».
El principal argumento para llegar a esa falsa conclusión es la plasticidad del cerebro. Esta es un hecho, pero hoy por hoy sabemos que ocurre toda la vida, no solo durante los primeros años. Pueden existir periodos más o menos sensibles con respecto al desarrollo cognitivo durante los primeros años, pero no por esto deben considerarse «críticos». No son ventanas de oportunidad que se cierran a los tres años. Por ejemplo, puede ser más fácil para un niño aprender chino durante el primer año de vida. El problema surge cuando de ese hecho se llega a la conclusión de que un bebé se desarrolla mejor asistiendo a clases de chino que pasando tiempo con su cuidador principal. El problema surge cuando se llega a la conclusión de que el niño puede y debe aprender chino viendo la pantalla (veremos a continuación que los estudios indican lo contrario). En definitiva, el problema surge cuando una sociedad está convencida de que aprender chino solucionará la vida del niño, pasando por alto una de las dimensiones más importantes para el buen desarrollo del niño: la afectiva.
Hoy sabemos que durante los primeros años lo que más importa para el buen desarrollo de un niño no es la cantidad de información que recibe, sino la atención afectiva que recibe, a través del modelo de apego que desarrolla con su cuidador principal.
Daniel Siegel, psiquiatra, biólogo, profesor y miembro ejecutivo del Centro para la Cultura, el Cerebro y el Desarrollo de UCLA, señala:
No hay necesidad de bombardear a bebés o niños pequeños (o a nadie) con una estimulación sensorial excesiva con la esperanza de construir mejores cerebros. Se trata de una mala interpretación de la literatura sobre neurobiología según la cual, de alguna manera, «más estímulos, mejor». Sencillamente, no es así. Los padres y los otros cuidadores pueden relajarse y dejar de preocuparse por proporcionar una gran cantidad de bombardeo sensorial a sus hijos. La sobreproducción de conexiones sinápticas durante los primeros años de vida es suficiente para que el cerebro pueda desarrollarse adecuadamente dentro de un entorno medio que proporciona la cantidad mínima de estimulación sensorial.
Y añade:
Durante los primeros años de desarrollo, los patrones de interacción entre el niño y el cuidador son más importantes que un exceso de estimulación sensorial. La investigación sobre el apego sugiere que la interacción interpersonal colaborativa, no la estimulación sensorial excesiva, sería la clave de un desarrollo saludable.
Por lo tanto, resulta contradictorio aumentar el número de horas que un niño pasa delante de un DVD supuestamente educativo, o de una tableta inteligente, con el argumento de no querer desechar una oportunidad de aprendizaje cuando sabemos que a esas edades lo importante no es el bombardeo de información, sino la consolidación del vínculo de apego con los padres o con otro cuidador que cumple con las condiciones para poder asumir ese trabajo. ¿En cuántos casos esos neuromitos habrán contribuido a despojar de su sentido el trabajo de las madres, de los padres, dejándoles creer que tenían que sobreestimular a sus hijos en todo momento, y que ese trabajo era delegable a una pantalla? Sin duda, los neuromitos han contribuido a alejar a muchos padres de su sensibilidad y de su sentido común en el ejercicio de su maternidad y de su paternidad. Los padres no somos animadores de ludotecas. Las relaciones interpersonales son las que dan sentido a los aprendizajes durante la infancia y gran parte de la adolescencia, porque configuran nuestro sentido de identidad (más adelante hablaremos en detalle de ello).
Extracto del libro Educar en la realidad, de Catherine L’Ecuyer