“La mejor manera de aprender es jugando.” Lo decía sin dudar el genial Édouard Manceau, que nos visitó hace unas semanas. “Si con tus libros los niños no tienen la sensación de aprender, entonces aprenden.”
Jugar es la clave. Y no nos referimos solo al juego como herramienta para desarrollar la coordinación de sus movimientos (que también para eso sirve el juego), sino al juego como la mejor manera de aprender.
¿Por qué se aprende jugando? Porque se aprende por motivación interna, no externa (¡ay, eso de que las tabletas motivan…!). Y es mediante el juego que el niño se pone en marcha: toca, prueba, vuelve a probar, se pregunta, imagina, descubre… aprende.
En vez de enseñar a los niños que las jorobas de los camellos sirven como como depósito alimenticio y aislante de los rayos de sol, Édouard Manceau prefiere que el niño se pregunte por qué el camello tiene jorobas, o, como diría Catherine L’Ecuyer, no dé el mundo por supuesto, se asombre, descubra que el camello tiene jorobas, pero que podría no tenerlas, y entonces se pregunte por qué las tiene:
¿Por qué el camello tiene jorobas si antes no las tenía? Probemos hacer la pregunta a un niño. Quizás se le ocurran muchas respuestas sorprendentes, quizás tantas y tan geniales como las se le ocurrieron a Niels Bohr cuando el profesor de física le preguntó en un examen: “¿Qué haría usted para determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro?” Por si no conocéis la historia de quien en 1922 obtuvo el Premio Nobel de Física, os dejo uno de los muchos artículos que motivó su anécdota.
Y ahora, a salir al patio, ¡y a jugar!